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Y se fue el 2018 nomás…

Desde que comenzó la temporada 2018/2019 decidí pescar solo con las marutakes (siempre y cuando estén en condiciones) y así lo vengo haciendo.

Si bien tuve algunos percances, todos generados por mí falta de experiencia en la construcción de estas varas, nada fue tan grave como para no poder hacer un arreglo express y seguir pescando. Así que terminé el 2018 con ésta primer etapa cumplida, pescar sólo con marutakes y realmente la experiencia fue increíble. Obviamente tomé notas de varias cosas para corregir y mejorar en las próximas varas que fabrique, pero realmente estoy gratamente sorprendido por el desempeño de las varitas, se puede pescar sin ningún tipo de inconveniente, y la sensación de pesca es muy especial, ya que el bambú natural le otorga ese no se qué distintivo, lo cual la diferencia bastante de la pesca con las cañas clásicas de grafito. Son mucho más suaves para castear y por supuesto para pelear un pescado, de más está decir que estoy muy conforme con el resultado, pese a que las condiciones de pesca fueron muy complicadas a causa de los niveles de los ríos y del viento que no paró de castigarme.

Tuve la suerte de pinchar muy lindas truchas, tanto arcoiris como marrones y con el equipo más liviano, pescar las fontinalis que tanto me gustan. Incluso con la marutake #2 pesqué una marrón muy buena, que me dió un rato de pelea, y entre el temor a que se rompiese la caña y se suelte la trucha, fue un momento de tensión que difícilmente me voy a olvidar. Finalmente la trucha terminó en el copo y luego en libertad, como debe ser.

Ahora ya en 2019, pienso seguir probando las marutakes y pescar disfrutando de hacerlo con mis propias moscas y mis propias cañas, doblemente placentero.

Pecosa en el copo
Pecosa en el copo
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Ahora entiendo todo…

Hoy hablando de pesca (obviamente) con amigos, recordé una vieja historia que me sucedió cuando era chico…

Durante mí infancia, solíamos ir a pescar bastante seguido, y una de las tantas salidas que hacíamos era a villa Paranacito en la provincia de Entre Ríos, ya que el aserradero de la cajonería donde mí papá trabajaba se encontraba muy cerca de allí, lo cual hacia que los viajes de mantenimiento de la maquinaria que utilizaban para el corte de la madera, se convirtiesen en pseudo vacaciones para nosotros. Para un chico de unos pocos años de edad, aquello era apasionante, primero por el viaje en sí, el cual gran parte se hacía en lancha, en esas de tipo colectivos, o bien en la lancha de “Don Federico” el cual es parte de ésta historia, y además porque normalmente nos quedábamos unos días en la isla donde estaba el aserradero y por supuesto todo el bosque, con sus árboles frutales, animales sueltos, el río, arroyos, botes, cañas de pescar, etc. lo convertían en una de las mejores cosas que me podían pasar. Lejos de la ciudad y de la gente, todo era paz y tranquilidad, solo sonidos de la naturaleza y cada tanto alguna que otra lancha, y yo… yo vivía todo eso como un sueño…

En una oportunidad, estaba pescando (mojarreando) en uno de los tantos brazos del río Uruguay (sino recuerdo mal) y habíamos tenido bastante suerte. Pescábamos con mí papá y esa mañana logramos varias capturas que guardabamos para la fritanga que íbamos a almorzar. Para nosotros en esa época era comida todo lo pescado, contadas las muy escasas excepciones, alguna vieja del agua o alguna tarucha muy chica por ej. el resto, terminaba en el plato de comida.

Pescamos un par de horas y varios bagres, dientudos, bogas y manguruyues, todos pescados chicos, pero absolutamente comibles, esperaban la hora de la fritanga…

En un momento aparece Don Federico, y cuando se acerca me dice “bien pibe, sacaste carnada!” y cuando me quise acordar nuestros pescaditos eran sólo trozos encarnados en los anzuelos de un espinel. Yo podía ver la cara de asombro de mí papá y el seguramente veía la mía, ambos en silencio nos quedamos contemplando como nuestro almuerzo terminó en el río… de hecho nos llevó un rato entender la situación, de más está decir que luego comimos pescados más grandes y todo gracias a nuestra carnada.

Ésta es una anécdota que siempre vuelve a nuestra memoria y nos da bastante gracia, porque recordamos el uno la cara del otro, y por supuesto no faltan las carcajadas de rigor… Creo que de ahí viene mí amor por los peces pequeños, ahora entiendo todo…

Paisaje clásico de la isla
Paisaje clásico de la isla
Cosas con la que convivíamos
Cosas con la que convivíamos
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