Tendría unos 8 o 9 años y ya contaba con bastante experiencia de pesca…
Por aquellos tiempos solíamos pescar en cuanto charco de agua hubiese, con la clásica mojarrerita o bien con una latita y un hilo. Un día paseando por el centro de Quilmes con papá, entramos a “La proveeduría deportiva”, yo estaba fascinado de ver tantas cosas juntas, no era común por aquel entonces ese tipo de negocios, o por lo menos no lo era para mí. Recuerdo que después de mirar rifles, escopetas, cuchillos y todo tipo de cosas para la caza, algo captó toda mi atención… En un blister transparente había una cañita de fibra de vidrio color azul. Venía con un reel de plástico frontal, y un par de accesorios, bollitas, plomadas y moscas… si moscas, que para mí en ese momento era algo absolutamente novedoso, ya que sólo pescabamos con carnada viva. Todo perfectamente ordenado y listo para usar, me atrapó en un instante!
No sé que cara habré puesto o qué sucedió exactamente, pero papá había sacrificado seguramente algo importante para él o para toda la familia y me compró esa maravilla azul metalizada. De comer nunca faltó, pero tampoco sobraba para éstos “lujos”… Lo que le habrá dicho a mamá cuando llegamos a casa, será siempre una incógnita para mí. Calculo que esa noche no dormí o bien soñé, vaya a saber que aventuras, abrazado al blister 😬
Lo primero que hice al día siguiente, fue ir al “campito” lindero a casa, e intentar tirar una plomada. Si bien había visto practicar a otros pescadores más grandes, nosotros y digo nosotros, por mí y mis amiguitos, nunca lo habíamos hecho hasta ese momento.
Ese fue nuestro entretenido pasatiempos durante largas tardes de travesura. Puedo recordar como si fuera hoy, la tanza estirada por arriba de los cardos y nosotros yendo a buscar la plomada a ver que tan lejos habíamos llegado. Con cada lance íbamos mejorando, y no tardó en llegar el momento en que dominamos perfectamente esa increíble belleza.
El verano llegó y con él, el día del estreno. Unas vacaciones en Gral. Belgrano, pcia. de Buenos Aires, fue el lugar elegido, pasamos todos los días pescando en el río Salado y lo que se pescaba se comía. De la carpa al río, del río a la carpa y por supuesto, mi cañita siempre conmigo. Fritanga de dientudos y mojarras, era lo común en aquellos días. Una mediodia mientras limpiabamos los dientudos para almorzar, me doy cuenta que me había olvidado la cañita en algún lado, salí corriendo desesperadamente hasta el árbol donde estaba pescando y allí estaba, apoyada en un árbol. Cuando llegue un sr. me dice “ahi esta, te la habías olvidado” … que tiempos aquellos!!!
Todavía conservo esa varita y a pesar de que no pesco con ella hace mucho tiempo, jamás será olvidada la sensación de pesca y el orgullo que fue para mí ser el dueño de semejante obra de arte. Asi la veía por aquel entonces. Me dió ganas de buscarla y tenerla un rato en mis manos nuevamente… Lo voy a hacer!!! Volvi…
Fue mí compañera en innumerables cantidad de salidas, ríos, arroyos, lagunas, cualquier lugar donde potencialmente podíamos pescar, mí espada azul iba conmigo…
Aprovechando esta larga cuarentena y como un pasatiempo de invierno en Patagonia, decidí fabricar la primer caña para los niños conocidos, esa que nunca se olvida… En este caso, por supuesto y como no podía ser de otra manera, una marutake artesanal hecha con mucho amor y pensando a cada una en comunión con su futura/o dueño.
Prepare tres cañas muy particulares, cada una con una impronta e idea personal:
- Una marutake de 2 tramos, 6 pies, para línea #3, de bambu hotei. Empuñadura de corchos reciclados y marlo de choclo. Esta vara fue para Dante, que va a dar sus primeros pasos en la pesca muy pronto. Una pequeña, pero no por eso menos fuerte, marutake.
- Una marutake “tenkafly”, una muy pequeña cañita de 3 tramos y casi 4 pies de longitud, con puntera intercambiable para poder utilizarla con línea fija o reel. Manu todavía es muy chiquito, pero promesas son promesas. Tal cual lo había adelantado en su momento, el día que aprendiera a caminar, tendría su marutake y así fue. El ya camina y también tiene su marutake.
- Una marutake de línea fija, para Oli. Vi fotos de ella en el lago con una caña en la mano. Eso me incentivó a fabricar una varita especial. Elegí utilizar las cañas de bambú hotei que me trajo el papá desde Mar del Plata y que tenía estacionando para cuando llegase el momento indicado. Al escribir éstas líneas, padre e hija, no están enterados que la vara está en éste momento secándose del reciente barnizado final.
Estos regalos solo tienen la intención de poder provocar en éstos peques, algo de lo que provocó papá en mí hace muuuuuchos años y que me afianzó como amante de la pesca y respetuoso de la naturaleza.
Espero que esté humilde y sencillo obsequio, se convierta en un infaltable compañero de aventuras por un largo tiempo y les brinde esos momentos tan placenteros e inolvidables que yo viví, cuando sentía la línea tensa y un pescadito enganchado del otro lado del hilo, mientras mi varita azul se doblaba como un arco.