32 años…
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32 años…

Suelo ir a acampar cuando se me presenta la oportunidad, es algo que hice desde muy chico y continúo haciendo. Me encanta estar en lugares alejados de la muchedumbre, mirando el fuego y poder apreciar el cielo lleno de estrellas en esas noches tranquilas donde solo se escuchan los sonidos de la naturaleza. No tener que volver a la hora mágica (cuando el sol brilla naranja en el horizonte) y tener la oportunidad de ver un amanecer en el campo, son cosas que todos deberían experimentar, al menos una vez en la vida.

En esta ocasión, la invitación vendría de parte de un amigo de Bs. As., la idea era tener un día de pesca al borde de una laguna, y pasar la noche allí, compartiendo un asado con amigos. Como vivo en Patagonia, no tengo posibilidad o más bien resulta muy caro e incómodo, trasladar todo el equipo de camping, Era la excusa perfecta para acampar con mi papá, ya que el tiene todo lo necesario. Además hacía exactamente 32 años desde que no compartíamos una salida de éstas… De chico era casi rutinario que los fin de semanas o vacaciones, acampásemos en algún lugar cerca de un curso de agua. Solíamos salir sin demasiado equipamiento y a vivir de lo que se cazaba o pescaba. Tengo muchísimas anécdotas de estas salidas. Tornados, vigua hervido sin sal, fritangas de dentudos, lisas al vuelo, bogas nadando sin vísceras, etc. etc. son sólo alguno de los títulos que se me vienen en mente.

Cuando se lo propuse aceptó inmediatamente, y si bien el inicio del viaje fue un tanto accidentado, a primera hora de la tarde estábamos, mi papá, amigos y yo, al borde de la laguna almorzando una improvisada picada, que por cierto no duró demasiado.

El día de pesca transcurrió sin mayores novedades, a excepción de papá que pescó varios bagres, que sino recuerdo mal, por primera vez en su vida, devolvió al agua; luego de las fotos de rigor. El resto movió alguna que otra tarucha, pero no mucho más que eso. La sopa y chupin quedarán para otra oportunidad.

Apenas comenzaba a oscurecer, preparamos carpas y el fuego comenzó a arder para lo que terminó siendo un riquísimo asado que cenamos bajo los árboles a la orilla de la laguna. Como siempre las anécdotas salen a luz y realmente pasamos una noche espectacular. Allí donde lo único que se escucha es el canto de los pájaros secundado por los otros sonidos de la naturaleza.

Al día siguiente nos levantamos temprano, desayunamos y luego de hacer algunos intentos fallidos de pesca, decidimos movernos a un arroyo cercano para probar suerte en otras aguas. Todavía no logro dar con las moscas propicias para éste tipo de ambientes, todo lo que probé hasta ahora resultó en un rotundo fracaso. Seguiré experimentando…

No faltó oportunidad para compartir nuestras artesanías, probar equipos, cañas, moscas, señuelos, reeles, calentadores, etc. Son las cosas que suceden cuando varios artesanos se juntan… :=)

Una vez desarmadas las carpas, y habiéndonos despedidos del anfitrión de la laguna (vale la aclaración, Gerardo un fenómeno, cenó con nosotros, nos proveyó de agua, y estuvo siempre a entera disposición) salimos rumbo al arroyo. Esos lugarcitos que hay que cuidar en demasía, ya que sino pasan a ser depredados y vapuleados con basuras en forma irremediable.

Al cabo de unos pocos kilómetros estábamos en el arroyo, acá la suerte fue distinta, mojarras, dentudos y chanchitas, no pudieron resistir a las moscas que le tirábamos y las marutakes estaban en su salsa. Si bien estos peces no son grandes, a mi es una pesca que me encanta. Se los puede pescar a pez visto y no son fáciles de pinchar y mucho menos de acercar a la orilla. También tuve la oportunidad de pinchar una carpa, que fue demasiado para mi tippet 4x.

El sol y el calor se hicieron notar. Aprovechamos el asado que había sobrado de la noche anterior y lo comimos al mejor estilo fiambre, debajo de un pequeño árbol que nos alivió un poco de los rayos UV. Viviendo en Patagonia desde hace ya varios años, perdí la costumbre de esos calores y el sol no suele ser mi mejor aliado.

Repusimos energías y seguimos pescando un rato más. Finalmente llegó el momento de volver. Anibal y Sebastián por un lado, mi papá, Rober y yo por el otro.

Que lindo es compartir estos momentos, que por siempre nos acompañarán en nuestros recuerdos…Fue una muy linda excusa para volver a vivir una salida con papá, algo que por distintos motivos de la vida no habíamos podido repetir. Seguramente lo haremos en otra oportunidad no tan lejana., ya que estamos comenzando a planificar la próxima salida.

Curiosidades del viaje: (nunca faltan en éstas salidas)

Una tarucha atacó la puntera de la marutake de Anibal, vaya a saber que pensó que era… Encontré una caña de spinning con reel y señuelo, que se llevó mi papá… La poxilina nos permitió llegar y volver sin mayores problemas…

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La china sin su poncho
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La china sin su poncho

Como es costumbre los domingos de temporada, suelo salir a recorrer lugares no tan habituales para mí, junto a mi señora y casualmente suelo llevar el equipo de pesca… por si acaso 😬.

En esta ocasión no sería diferente. Salimos cerca del mediodía rumbo a uno de los lagos de la zona. Estos caminos de ripio suelen ser sinuosos y el paisaje con el uno se encuentra km a km hace que la velocidad para recorrerlos, deba ser lo más lenta posible. Sería una pena perderse de semejantes bellezas naturales. Por si no se dieron cuenta, amo las montañas y sus paisajes patagónicos.

A medida que nos acercabamos a un camping de la comunidad Mapuche que está en una de sus costas, con la idea de almorzar a la intemperie, el clima empeoraba cada vez más, fuertes vientos con rafagas de varias decenas de km/h y una intensa lluvia, pintaban un panorama complicado, por lo tanto la camioneta oficiaria de comedor improvisado. La pobre china esta acostumbrada a éstas y otras tantas cosas…

Después de almorzar, decidí salir a pescar un poco, mejor dicho a intentarlo bajo el clima que cada vez se ponía más violento. Tema aparte, en este lago vive una vieja y astuta trucha fontinalis (salvelino, no trucha) que he pinchado en un par de oportunidades y no he podido pescar aún.

Luego de calzarme el wader y cuanto aparatoso pendorcho usamos para pescar con mosca, decidí encarar la zona este del lago, lugar un poco menos castigado por el clima, ya que una curva y unos árboles bajos, hacían las veces de un sutil, pero no por eso menos apreciado, reparo.

La marutake de 8″ #4, se quejaba en cada cast, pero así y todo me la rebusque para poner la mosca en los lugares elegidos. Las olas que por ese momento me empujaban por la espalda, me impedían ver el fondo que suele ser de aguas muy claras en ésta zona poco profunda, por ende intenté pescar a ciegas, buscando engañar a mi vieja amiga. De más está decir que no lo logré. Punto para la fontis.

Cada minuto que pasaba, el clima empeoraba más y más, finalmente y luego de mucho insistir y cambiar de mosca, pude pescar un par de pequeñas truchas marrones que no le hacen asco a nada y que sucumbieron a la tentación de mi pequeña emergente atada en un anzuelo #16.

Pero lo más curioso me pasó cuando en una de las recogidas de la línea y esperando que el viento cese al menos por un instante y me permitiera meter un cast entre los juncos, noto que mi mosca se movía, sisi, nadaba. En ese momento me dije a mi mismo, que real trabaja esta mosca, debe ser por eso que es tan efectiva. Una soft hackle que me acompaña en cada salida.

Me resultaba tan real que ya me parecía imposible, así que decidí levantarla del agua. Cuando la miro más de cerca, noto un pequeño puyen prendido de la mosca, creo que lo debo haber robado, no tengo otra explicación. El misterio del realismo de mi mosca, se develó ante mis ojos. Debo confesar que me reí como un loco bajo la lluvia, solo como loco malo. Son esos momentos únicos que nos regala la pesca.

Como el clima empeoraba y ya sobrepasaba lo áspero, decidimos emprender el regreso. Pero aquí la otra parte de la historia…

Cuando llego a mi casa me doy cuenta de que había perdido el cubre rueda de auxilio de la china (si, la china es mi camioneta), así que decidimos volver a ir hasta el lago, pasando por el mismo camino para ver si lo podíamos encontrar. Para nuestra sorpresa y luego de recorrer varios kms y llegar nuevamente al mismo camping y con el clima cada vez peor, no la encontramos. Ya volviendo y con la idea de que no la recuperariamos, el arcoiris se hizo ver y nos dió una nueva esperanza. Publiqué el extravío en varios sitios y pasaron un par de días sin novedad…, lo dimos por perdido.

Para nuestra sorpresa el día de ayer, Leonor había publicado en un sitio web de la zona, que ese día encontró la tapa perdida y que tan sólo me tenía que comunicar por privado para concretar la entrega. Así fue como anoche nos encontramos con Leonor y su marido, los cuales muy gentilmente habían guardado la tapa de la rueda, ya que nos vieron pasar junto a ellos unos minutos antes de perderla en una zona de ripio bastante desparejo. Por esas cosas de la vida, ambos regresamos por distintos caminos y no nos pudieron ubicar más, a pesar de que nos esperaron un par de horas en la ruta por si volvíamos por allí.

Ahora la china volvió a tener su cubre ruedas, gracias a la gentileza de Leonor y su esposo. Otro pescador que ese día no se animó a mojarse tanto como yo. Me confesó que me estuvo mirando cuando me vestía y me metía al agua, y se decía a sí mismo, este está loco, yo mejor me duermo una siesta!

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