Salida de principios de temporada, un mes de Noviembre frío, lluvioso, gris…
Salimos en dos grupos, en total éramos unos 6 o 7 pescadores. Como suele ser habitual en éstas salidas, nos dividimos y algunos se desplazaron río arriba, mientras otros elegimos probar suerte río abajo.
A medida que caminábamos buscando algún lugar “prometedor”, cada uno fue separándose del resto y al cabo de unos 20 minutos, ya estábamos pescando en solitario… En esta época del año los ríos patagónicos suelen tener un elevado caudal y el vadeo se convierte en un verdadero deporte de riesgo.
Mientras inspeccionaba las orillas en busca de alguna señal delatora, observé que sobre la margen izquierda de una corredera, podía entrar al agua y probar suerte. Apenas hice dos pasos, el agua me daba a la altura de la cintura y la fuerza con la que empujaba la correntada, convertía aquello en una auténtica caminata lunar. Los lanzamientos se limitaban a cortos lances rodados y dejando derivar la mosca río abajo, escudriñando las orillas en busca de alguna trucha con hambre, saliendo de la agotadora temporada de desove…
Mientras luchaba con la corriente y hacía equilibrio entre las resbaladizas piedras bocha del río Chimehuin, tropiezo con una enorme, la cual no llegue a anticipar y cuando parecía que me pegaba un clavado en las heladas y correntosas aguas, instintivamente me deje caer de espaldas… Es en estos momentos, cuando el tiempo toma otra dimensión y mis disimulados 100 kilos pesan una tonelada, al siguiente instante estaba bajo el agua y podía sentir como el wader se iba llenando, lo único que atinaba era a sacar la cabeza del agua y cuando pude finalmente hacer pie, me di cuenta que había recorrido unos 10 metros río abajo. Lleva un instante recuperarse, todo sucede de repente, sin previo aviso y lo que venía siendo un momento placentero, se vuelve caótico en un abrir y cerrar de ojos…
Salgo del agua, me quito campera, wader, pantalon, medias, abrigo, remera y si, finalmente calzón… Todo estaba literalmente hecho agua, escurrí la ropa de la mejor manera que pude y la desparrame encima de unos arbustos para intentar secarla lo antes posible. Mi camioneta estaba a unos 3 kilometros aproximadamente, pero además no tenía una sola prenda de más… LECCIÓN APRENDIDA: llevar siempre un juego extra de medias, ropa interior, etc. sobre todo a principio y fin de temporada, donde las bajas temperaturas nos pueden jugar una mala pasada…
Mientras tiritaba de frío, y seguía intentando escurrir la mayor cantidad de agua posible, pasa una balsa con pescadores y noté sus miradas de compasión, no me quedó más que encogerme de hombros y sonreír…
El día se tornaba muy frío, nublado y sin viento, si… SIN VIENTO, lo cual no ayudaba para nada el secado de la ropa… Abrí la mochila y saqué un termo que siempre llevo en estas salidas, donde el mate cocido caliente me ayudó a recuperar algo temperatura. Papeles, celular, etc. todo estaba en una bolsa estanca, por lo tanto no había sufrido para nada la situación. Creo haber esperado unos 20 minutos y viendo que el sol no iba a asomar y el viento no aparecía, decidí que tendría que volver a vestirme… No se imaginan lo que es ponerse toda esa ropa mojada y helada, encima del cuerpo frío… No tenía otra opción. Me vestí lo más rápido que pude, y salí a caminar de la misma manera, como loco malo río abajo y sin demasiado rumbo, sólo para ganar algo de temperatura…
Estimo haber caminado otros dos kilómetros más, cuando comencé a recuperarme del frío, de todas maneras la humedad debajo del wader respirable no se quita asi nomás… De a ratos el tímido sol asomaba unos instantes, así que aprovechaba para sacarme la campera (que es de secado rápido) y bajarme un poco el wader para que al menos se vaya oreando toda la humedad acumulada…
Lo que iba a ser un día de pesca, se había convertido en una pelea contra el frío, que si bien no lo sufro, en ésta circunstancias, es inevitable… Aproveché un ratito de sol, me senté en unas piedras, mientras de a poco me iba secando o al menos, es lo que mi cuerpo sentía y casi sin darme cuenta fui recobrando temperatura, si bien me llevó unos varios minutos, ya me sentia cómodo y el resto del mate cocido caliente, terminó por sacarme del temblequeo inevitable . Fue recién ahí cuando volví a pensar en la pesca y en mis otros compañeros, que ni imaginaban todo ésto que había vivido.
Ya pensando en truchas, vuelvo a la orilla del río y observo, ahora sí con más detenimiento, era más que claro que el caudal del río era realmente intimidante. Toda esa zona a la que habia llegado, era prácticamente imposible de abordar desde la costa, el agua había ganado bastante terreno por entre los sauces, lo cual tornaba imposible la pesca.
Decidí volver a la zona del accidente y cuando llegue exactamente al lugar donde caí, vi como detrás de la enorme piedra, la corriente había formado una gran depresión de por lo menos medio metro de profundidad, inmediatamente comprendí lo que había sucedido. Mi pie izquierdo se trabo con la piedra y el derecho “piso” el enorme agujero, el resto, ya es historia… Ahora cada vez que paso por ahi, me río y recuerdo el bochornoso momento cuando un cuasi albino de dos metros, tiritaba frenéticamente en bolas al lado del río… No se preocupen, por suerte no hay imágenes de eso 🙂 Espero que los gringos que me saludaron, no hayan captado con sus cámaras semejante espectáculo…
Unos quinientos metros río arriba estaba uno de mis compañeros que había elegido un pocito prometedor y que estuvo todo el tiempo allí, ajeno a esta nefasta historia. Le cuento mis penurias muy rápidamente y lo dejo pescar, sigo mi camino…
A principios de temporada en el río Chimehuin hay pequeños brazos de agua que esconden muy buenas truchas. En estas aguas el caudal merma bastante y aunque suelen ser profundos, no hay tanto riesgo de una caída como en el cauce principal. De todas maneras, una mojada era más que suficiente por el resto del día, así que elegí unas piedras de donde podía castear y poner mi mosca justo debajo de unos sauces que formaban un buen refugio para astutas marrones. La mosca debía pasar entre un sauce y las barrancas de la orilla, era un tiro difícil pero no imposible. Un par de falsos cast, y la mosca cae bastante bien, la dejo derivar, corrijo y la hago pasar justo por donde quería… nada!
Recojo, y vuelvo a hacer otro intento, la pequeña soft hackle hace lo suyo y nuevamente nada. Recojo y como dice el dicho “la tercera…” vuelvo a poner la mosca en el mismo lugar, esas cuestiones instintivas que nos llevan muchas veces al extremo de la terquedad y la “Gandalf” en #16 pasa por la misma costura de agua, y veo como asoma el morro pecoso de una trucha y la toma con delicadeza. Me olvide de la caída, del frío, la humedad y todo lo demás… Como es sabido, una trucha de estas, lo primero que hará es intentar llegar a su refugio, que lógicamente estaba entre las raíces de los sauces que antes mencioné. Me anticipé!. Planté la marutake y si tenía que romper, que rompa, pero no podía ceder un sólo centímetro, caso contrario sería una trucha perdida. Me metí al agua para poder tirar hacia el centro del canal e impedir que se metiese en las ramas y troncos que había allí abajo. De a poco el machito pecoso, sin dejar de quejarse ante mi molesta intromisión, fue cediendo y después de unos varios y largos minutos, lo encestaba en mi copo. Absoluta felicidad!!!
Lo que comenzó siendo un día bochornoso, se terminó convirtiendo en un gran día de pesca. Si bien nunca corrí riesgo por mi accidente, el frío realmente puede jugar una muy mala pasada, nuevamente aconsejo enfáticamente llevar alguna ropa de más, sobre todo a principios y fin de temporada. Si no es absolutamente necesario, no ingrese al agua, uno nunca sabe cuando un tropezón es caida!!!