Sabíamos que íbamos a pasar este fin de año sólos, en algún lugar de la montaña.
Comienza el periodo vacacional en Argentina, y la zona donde vivo, al tratarse de un lugar turístico, se llena de gente, cosa a la que escapamos los lugareños. Hace varios años ya me alejé del cemento, para vivir en lugares más tranquilos y distanciados de las grandes urbes. Si bien San Martín de los Andes, dejó de ser una aldea de montaña, todavía conserva cierta tranquilidad que sólo se ve afectada, en tiempos estivales.
Fue así que elegimos pasar el fin de año en un camping agreste en una comunidad Mapuche de la zona de Junín de los Andes, a sabiendas, de que si bien podría haber gente, no sería tanta como para romper con los sonidos de la naturaleza, que era justamente lo que buscaríamos este 31/12/2019 – 01/01/2020.
Una vez decidido el lugar, el 31 preparamos todos los bartulos, y partimos al mediodía para Junín. Conozco a Víctor (dueño del camping) de haberlo visitado en otras tantas ocasiones. Luego de viajar una hora aproximadamente, llegamos a nuestro destino. Para que se den una idea del lugar, se los describo, ya que el término “Camping agreste” es un tanto abstracto…
Estos camping lo único que tienen, es un lugar cercado del resto de la costa del río (en este caso el queridísimo Malleo) y en los mejores casos, algún fogón improvisado, fuera de eso no se diferencian mucho del resto del paisaje. Para la ocasión es lo único que buscábamos, así que era perfecto para nosotros. En éste en particular se dan un par de detalles que nos gustan, tiene césped siempre cortado, está literalmente sobre la costa del río a unos 100 m del camino principal, para llegar hay que pasar dos tranqueras que siempre están cerradas, tiene bastante sombra de sauces y además cuenta con dos fogones, en los cuales hay leña disponible y un par de mesas y bancos que vienen muy bien. Además de todo esto, Víctor siempre atento ofrece pan, tortas fritas, agua fresca, más leña, y hermosas charlas y anécdotas de su juventud. Hoy Víctor tiene 77 añitos muy bien llevados.
Apenas llegamos, armamos la carpa y bajamos todo lo necesario para luego preparar la cena. Al cabo de unos minutos apareció Víctor, el cual nos saludó afectuosamente y al que en forma inmediata invitamos a pasar la noche del 31 y recibir el año 2020 juntos. El no dudó, la señal sería el humo que saldría del fuego que iba a encender para cocinar. Debía acercarse con una tablita y cubiertos de por medio, ya que no habíamos llevado un juego de más. En estos viajes tratamos de llevar lo mínimo indispensable, ya que cuando comenzamos a cargar la camioneta, pareciera que se trata de una mudanza, lo cual me pone un taaaaanto nervioso, debo admitirlo 🙂
Y la pesca ??? Hubo pesca!
Una vez que acordamos con Victor, abonamos la estadía y preparamos todo para cuando volviese de pescar. Y sí, obviamente no iba a dejar de pescar estando a la orilla del Malleo. Esta vez elegí una marutake de hotei (tacuara) de 6 pies para línea #3, una vara que todavía no había podido estrenar. Como veía actividad en superficie, elegí un mosca seca y no me alejé mucho del campamento, pesqué sobre la costa del mismo, donde hay una corredera y algunos pozones bajo los sauces en el margen opuesto a donde estábamos, los cuales esconden lindas truchas marrones. Ni bien comencé a pasar la sequita por debajo de los sauces, comenzaron los piques uno tras otro. Todas truchas tamaño Malleo, calculo unos 500 gr. que es la trucha promedio que se encuentra en ésta zona y época. Pero claro, uno siempre busca una un poquito más grande. Como tengo paciencia y soy de insistir, me “ancle” literalmente en un pocito que se formaba detrás de un sauce, donde el río hacía una pequeña curva, ahí sabía que algo tenía que haber. De hecho había podido ver asomar el morro de una marroncita un tanto más interesante. Debo aclarar que disfruto la pesca de cualquier bichito, no me importa demasiado el tamaño, ya que con una marutake #3 una truchita de 100gr. se siente como un tiburón.
Luego de pasar dos o tres veces la mosca por ese borde, bien pegada a la costa, zaaaassss!!!, la marroncita que había podido ver, toma la mosquita con un salvaje salto fuera del agua y así comenzó la pelea… Me llevó varios minutos poder acercarla hasta el copo, ya que el río en esa zona corre con bastante fuerza y como era de esperar, una trucha astuta sintiéndose en desventaja, encara la zona de correntada y abre la boca buscando sumar fuerzas, cosa que logró en parte, pero la “tacuarita” hizo lo suyo y finalmente las cosas se dieron a mi favor. Esta vez tenía fotógrafa que filmaba toda esa escena sin que yo me diese cuenta y retracto los momentos vividos. Esto me permitió liberar enseguida a la truchita para que no sufra más de la cuenta. Decidí que la pesca ya estaba hecha, ahora a salir del agua y preparar la cena.
Apenas el humo comenzó a salir, Víctor apareció en escena. El menú elegido fueron unos bifes de chorizo a la portuguesa que hice en la plancheta, los cuales según nuestro amigo, salieron bárbaros, quiero creerle, había bastante comida y no quedó nada. De más está decir, que el clima ayudó muchísimo, fue una noche encantadora, sin viento, con la temperatura justa para no tener ni frío ni calor. Luego de unas horas de compartir charla, anécdotas, comida y bebida, hicimos un brindis y expresamos nuestros deseos para luego dormir en la tranquilidad de la noche, con la música de la naturaleza de fondo. Noche mágica si las hubo.
Asi terminó el 2019 y recibimos el 2020, en la soledad del río, pero acompañados de su incesante pasar y los animales que nos visitaban curiosamente. Ovejas, pájaros, perros, caballos, vacas y terneros, un desfile de animalitos que suelen frecuentar esos lugares.
Al otro día nos levantamos temprano, preparamos un buen desayuno y yo me fui a pescar a otro lugar cercano, que durante la mañana, especulaba con que me diera una linda sorpresa. Me moví unos 5 km río abajo, y llegué al lugar. Lo lindo del verano es que no utilizo wader, es algo molesto tener que vestirse de astronauta para poder pescar, así que en 5′ ya estaba listo. Encaré una zona de sombra debajo de los árboles y puse un pequeño streamer que ate pensando en las marrones. Me acerqué con sigilo, y camuflado detrás de unos arbustos, hice un falso cast, bajo para que no se viera la línea, y mande la mosca justo donde quería, apenas toco el agua corregí y mend de por medio, dejé derivar libre el “pescadito” y esta vez no fue un “zasssss”, fue más que eso, el agua literalmente explotó! Esta iba a ser la prueba de fuego de la “tacuarita”. Estas truchas viejas, son muy mañosas y enseguida buscan meterse entre las ramas de árboles hundidos o cualquier objeto que les permita romper y soltarse, así que no existía posibilidad a ceder ni un tramo de línea. Planté la marutake y frené el reel casi a tope, el riesgo era cortar el tippet 3x en el que tenía atada la mosca, pero siempre algo hay que arriesgar, de todas formas un 3x aguanta bastante y este aguanto. Confieso que transpire un rato, pero finalmente la trucha llegó al copo. Ella estaba agitada, yo también! Tome unos minutos para que se recuperara y yo por mi parte hacía lo mismo. Increíble como a un pescador fanático como yo, un bichito de estos le hace subir las pulsaciones como si hubiera corrido un maratón. Deje la cámara filmando sobre unas piedras y mientras note que ya estaba con fuerzas, filme la escena para luego extraer alguna foto. Cuando sentí en mis manos que ya estaba lista para irse, le agradecí y la deje volver a su refugio. Primer cast del 2020, primer trucha marrón, más no podía pedir! Continué pescando bien por un par de horas, hasta que de repente siento un estruendo que hizo vibrar el piso, cuando levanto la cabeza, veo como una tormenta, de esas oscuras y eléctrica se acercaba a la zona. Decidí volver al campamento. Cuando llego ya estaba Víctor, al cual nuevamente invitamos a almorzar con nosotros, aunque teníamos dudas de que pasaría con la lluvia, a lo cual él, como buen conocedor del lugar insistió, en que solo se trataba de una tormenta “seca”, así la describió y nos confirmó que son bastante comunes por esos lugares. Luego de escucharlo atentamente, decidí hacer unos tiritos más, uno es incansable, me metí al agua, pesque un par de truchitas y ya no me gusto lo que veía y escuchaba, comenzaron a caer rayos por todos lados, así que salí inmediatamente del agua, desarmamos carpa, guardamos todo, menos lo necesario para cocinar, ya que Víctor insistía en que solo seria pasajero, le hice caso, cocine y cuando nos acomodamos para almorzar, comenzó la lluvia 🙂 esta vez no era tan seca la tormenta. De todas maneras hacía bastante calor, así que esa lluviecita vino muy bien. Comimos tranquilos debajo de los árboles, mientras la tormenta se había desplazado detrás de los cerros lindantes. Veíamos y escuchábamos los rayos y truenos. El cielo era negro y de a ratos se iluminaba con los refucilos clásicos de esas tormentas. Fuera del peligro asociado, la escena era única. Los tres ahí solos comiendo al costado del río. Un brindis y más deseos, nos sirvieron a modo de despedida, prometiendo volver. Ya de regreso, camino a Junín de los Andes, veíamos una cortina de humo asomando detrás de los cerros y los helicópteros juntando agua en el río Chimehuin para poder apagar lo que luego nos enteramos fueron varios incendios provocados por los rayos que veíamos caer. Por suerte y por la inmensa labor de los bomberos, no pasó a mayores. Por cierto como humilde recomendación, si hay peligro de tormentas eléctricas, por favor no pesquen, seguramente no les faltará otra oportunidad.