El clima ya se anunciaba inestable y frío y a pesar de que dos de nuestros compañeros no podrían venir por cuestiones de salud, decidimos arriesgarnos por el 50% de probabilidad a nuestro favor. La consigna sería la misma de siempre, compartir, disfrutar, probar equipos, fotografiar y/o filmar, charlar, avistar flora y fauna y si fuera posible, pescar.
Ya que la amenaza de lluvia estaba latente y había sido una constante el último mes, elegimos un destino próximo en dónde el vehículo no corriese peligro alguno. Una conocida cava que ya habíamos visitado con Anibal en otra oportunidad fue la elección más sensata.
Ya equipados y previa parada de rigor para comprar algo de comer y cargar combustible, llegamos al lugar. El panorama ya pintaba tal cual se había anunciado, una finísima garúa se podía percibir con delicadeza y el horizonte mostraba señales de lo que se vendría más tarde.
Éstas lagunas se encuentran surcadas por un camino rural muy angosto, que las divide en dos de norte a sur, formando dos espejos de agua bien diferenciados entre sí, lo cual hace que según la orientación del viento, se deba elegir alguno de ellos para mojar moscas, ya que sino se complica bastante el casteo en dirección al agua. Las costas de las lagunas se encuentran en su gran mayoría cubiertas de plantas, al igual que el fondo. Es por ésta razón que hay que recorrerlas provistos de botas e ir buscando los pequeños espacios libres que permiten lanzar nuestras moscas. En muchos aspectos son lagunas ideales para la pesca con tenkara y varas largas, estilo de pesca que no practico demasiado, creo que debido a mi amor por los reeles. Una vez abrigados y calzados con nuestras botas, armamos equipos. Anibal me cedió una hermosísima cañita marutake de 5 tramos con unión de casquillos, #4 y de acción medio / punta, bastante potente, la que equipe con un reel y línea de flote #3, la cual quedaba un poco chica, sobre todo para pelear el viento que de a ratos se hacía notar. Corría por mi cuenta el debut de esta varita. Fuimos decididos a pescar dientudos, los cuales son bastante abundantes en éstas aguas, pececitos potentes y vistosos, que nos ofrecen una pesca sumamente entretenida, sobre todo para estos equipos livianos. Anibal eligió un equipo más liviano aún, el que lamentablemente y por un pequeño accidente de pesca, terminó con la puntera rota. Nada grave por una marutake.
Si bien pasamos toda la mañana probando distintas moscas y acciones de pesca, no logramos conectar con ningún pez, y a medida que pasaba el tiempo el clima empeoraba, cayendo una llovizna que para el mediodía ya mojaba y bastante. Decidimos que era hora de almorzar, y además un buen momento para fotografiar y filmar ese hermoso entorno, el que no sólo es bonito a los ojos, sino que presenta una fauna muy diversa y activa de aves acuáticas, pájaros y coipos o nutrias criollas, entre otros. Los terneros y vacas que suelen andar en los campos aledaños, confirmaban lo que se vendría, refugiándose bajo los árboles a la espera del aguacero.
Como es costumbre en éstas salidas, el almuerzo se convierte en un buen momento para conversar, intercambiar ideas y pensamientos, un nutrido intercambio de experiencias que disfruto muchísimo.
A ésta altura el agua y el frío nos obligó a refugiarnos bajo el portón trasero del vehículo, hasta que finalmente tuvimos que subirnos y esperar dentro del mismo, la llovizna se convirtió en lluvia y el horizonte desapareció en un instante. Los animales no se equivocan.
Mientras degustamos unos chocolates y al ver que el panorama no cambiaría demasiado, decidí salir e intentar pescar algún bichito, no me quería ir sin pinchar un dientudito. Acostumbrado a las inclemencias de la Patagonia, un poco de agua no era impedimento, más aún cuando Anibal contaba con un as bajo la manga, o mejor dicho sobre la cabeza, un bonito y vistoso paraguas… El que sabe, sabe!!! :=)
Si vos querés, vamos … Apenas escuché ésta frase, ya estaba listo para probar suerte en la segunda laguna, la que se exponía más al viento y por supuesto a la lluvia del oeste, lo que provocó que al cabo de unos pocos minutos, me mojase hasta ahí mismo donde se imaginan… Castear para el poniente se me complicaba bastante con la marutake, ya que como comenté antes, estaba un poquito desbalanceada para la ocasión. Una línea #4 o #5 hubiera sido lo ideal. Esto hizo que colgase mi mosca en más de una oportunidad en un pobre arbolito que me soporto un buen rato. Fui intentando una y otra vez en cuanto hueco me lo permitía y mientras veía como las gallaretas perseguían y cazaban pescaditos, se iba frustrando la posibilidad de capturar alguno. De todas maneras, no soy fácil para el abandono así que insistí un buen rato, sin tener siquiera un toque o algún mínimo indicio de que algún pecesito se interesara en mi mosca. Era evidente que los peces estaban en el fondo o protegidos entre las plantas, ya que no pudimos detectar ningún rastro de actividad en superficie. Fue entonces cuando busqué entre las mosquitas que suelo llevar y encontré una pequeña ninfita lastrada a la cual le tenía fe, era mi última carta, porque el frío y la lluvia constante se estaban haciendo sentir.
Decidimos recorrer una zona de costa que tiene una buena cantidad de plantas sumergidas y que además permite hacer pequeños lances laterales, tratando de irritar al menos, algún dientudito compasivo con estos dos insistentes muchachos.
Cuando hice el primer tirito y pase la ninfa entre las plantas sentí por primera vez en el día, un sutil toque, inmensa alegría que me hizo olvidar del frío, la lluvia y el mal clima (mal clima ? mmmm debo confesar que me encantan los días así) Era ahora o nunca, pase la mosca un par de veces entre esas plantas y finalmente ahí estaba, un decidido dientudito dorado, que tomó la ninfa con la clásica agresividad a la que nos tienen acostumbrados estos bichitos. Lo dejamos en el agua y lo fotografiamos debajo de la misma. Misión cumplida, 24 kilates de pequeñas escamas eran liberados y la salida de pesca terminaba una vez más, entre café caliente y la charla de una buena compañía. Mucho por aprender sobre el comportamiento y hábitos de estos bellos peces.
La marutake de viaje que usé, realmente se comportó de maravillas, otorgando un muy buen manejo de línea y con la suficiente delicadeza para detectar el más sutil de los toques, una verdadera belleza estética y muy cómoda para transportar. En esta oportunidad y debido al clima, hubiera sido ideal una línea más potente, pero eso no impidió que pudiese disfrutarla al castear y mucho menos al pescar el hermoso ejemplar de dientudo, cerrando una vez más, una de esas jornadas de pesca que suelo recordar por mucho tiempo.