Todo comenzó con una salida para conocer los ambientes patagónicos, esta es la historia que me toco vivir con Juan.

Antes de contar la historia en si, debo dar algunos detalles del real protagonista de la historia, ya que esto va a explicar mucho de lo que les voy a contar…

Edad, 69 años, nacido en el norte de Argentina, mas precisamente en la provincia del Chaco, criándose en el campo viviendo su niñez rodeado de animales de granja y animales salvajes, ya que por aquellos años era común convivir con estos bichos. Su primer acercamiento con la pesca, fue a través de su padre y abuelo, pescando con latita e hilo en el río Negro a muy corta edad según el me lo manifestó, actividad que actualmente tiene abandonada hace rato por no encontrar con quien practicarla. Sumado a todo esto, era su primera vez en la Patagonia, y primera vez que veía montañas y este tipo de paisaje. Dado todos estos antecedentes decidí llevarlo a conocer lugares que visito en forma permanente y que por suerte se encuentran muy cerca de casa. La elección fue un pequeño río de montaña que esta a escasos 30km sobre la ruta 7 lagos, de paso y como suelo hacer por costumbre, cargue una marutake y unas moscas, por si la ocasión daba para hacer algún tirito, hasta ese momento nunca imagine lo que iba a suceder…

Viajábamos hacia el lugar mientras Juan maravillado con el paisaje que km a km aparecía delante de sus ojos compartía conmigo cada rincón que aparecía, mi felicidad era plena, podía notar como las personas nunca dejan de sorprenderse si están dispuestos a dejarse llevar por los sentidos y emociones que nos surjen sin darnos cuenta cuando algo nuevo aparece delante nuestro. Llegamos al lugar, el río estaba muy bajo, pero así y todo su belleza estaba intacta, luego de recorrer un poco la orilla y sin que yo diga nada, me dice “arma la caña así pescamos”, obviamente no me hice rogar y en apenas unos 5 minutos ya tenia la marutake armada a lo que vino la pregunta de rigor: que carnada vas a usar ? cuando le respondo que no íbamos a usar carnada sino una mosca, sus ojos se abrieron como un dos de oro, una mosca ? si claro, abrí una pequeña caja que suelo llevar en estos casos y le mostré de que se trataba, el no podía creer que con ese anzuelo con pelos y plumas podríamos pescar algo, era lógico!

Nos acercamos al río, le mostré e indique las estructuras que íbamos a pescar y de que manera se aborda esta pesca, el se quedo a un costado mio en silencio, observando como lanzaba la mosca y toda esta situación para el novedosa. Cuando lo miro por el rabillo del ojo, puedo notar como su cara se transformo, ya no era el mismo, algo había cambiado, hasta su postura era otra, realmente era un niño con las ansiedades y curiosidades acordes, el también quería jugar y no dudo en manifestarlo… yo también quiero pescar! Así que un principio lanzaba yo mientras le mostraba como hacerlo y el luego pescaba, pasamos horas bajo la lluvia sin que lo notase, el clima empeoraba pero su niño interior no se inmutaba, el quería ir a lo “hondo” como cuando era chico y su abuelo y padre lo llevaban a pescar… No paraba de contarme anécdotas e historias, realmente estaba viviendo su niñez nuevamente, como si sus casi 7 décadas de vida no existieran, fue muy tierno y emotivo a la vez. Esto es lo maravilloso de la pesca, no importa que técnica o equipo utilicemos, sino estar ahí, a la orilla de un río, lago, laguna, arroyo, lo que sea que tenga peces y poder compartirlo. La cara de Juan cada vez que lográbamos pescar alguna truchita era de felicidad absoluta.

Fue una hermosa jornada de pesca, hasta en la que se animo a probar sus primeros casts. Nos fuimos con la promesa de volver a pescar juntos en un río mas “hondo” como tantas veces me lo expreso esa tarde.